El hombre que, realmente esta en el camino, cae sobre dificultades en el mundo, como consecuencia, no dará vuelta a ese amigo que le ofrezca refugio y la comodidad y aliente a su viejo “yo” a sobrevivir.
Más bien, buscara a alguien que fielmente e inexorablemente le ayude a arriesgarse, de modo que pueda soportar el sufrimiento con valentía y pasar a través de el, lo que hace de el una balsa “que lleva a la otra orilla”.
Sólo en la medida que el hombre se expone una y otra vez a la aniquilación, puede surgir dentro del aquello que es indestructible. En esto reside la dignidad de la osadía. Así el objetivo de la práctica (espiritual) no es desarrollar una actitud que permite a un hombre poder adquirir un estado de paz y armonía que nada lo perturba. Por el contrario, la práctica debería enseñarle dejarse ser asaltado, perturbado, rechazado, insultado, quebrado y maltratado – es decir, debe permitirle atreverse a dejar su anhelo inútil, después la armonía, la tregua del dolor y una vida cómoda, con el fin que pueda descubrir, en la lucha con las fuerzas que se oponen a él, lo que le espera mas allá del mundo de los opuestos.
La primera necesidad es que debemos tener el coraje de enfrentar la vida y encontrar todo lo que es más peligroso en el mundo. Cuando esto es posible, por sí misma la meditación se convierte en el medio por el cual se aceptan y reciben a los demonios que surgen del inconsciente, un proceso muy diferente de la práctica de la concentración, en algún objeto, como una protección contra tales fuerzas.
Sólo si nos aventuramos en repetidas ocasiones a través de zonas de aniquilación, nuestro contacto con la divinidad, que esta más allá de la aniquilación, se tornara firme y estable. Cuanto mas un hombre se adentra de todo corazón para enfrentar el mundo que lo amenaza con el aislamiento, más son las profundidades de la tierra en ser reveladas y las posibilidades de la nueva vida y ser abierto.
Por Gras Karlfield von Durkheim
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